He publicado en Medium algo que se me pasaba por la cabeza tras pasar un episodio más de migrañas. A veces me pregunto que a quién leches le importará, pero luego recuerdo los numerosos posts de otras personas que han contado sus experiencias en torno a distintos temas de su vida y cuánto me han ayudado. Entonces pienso que sí, que debo seguir escribiendo, porque me sirve a mi, y puede que en algún momento pueda servir a alguien más.
Unos días sin dormir lo suficiente, pasar nervios por hacer un viaje, y algún contratiempo con el coche sumado a un día de calor…
Ya tienes un bonito migrañazo.
Mis migrañas empiezan con un dolor de cabeza que asoma tímidamente y empieza a subir lentamente. Te tomas 1200mg de ibuprofeno para atacar de frente (como dijo el neurólogo) y te da un respiro para comer o pasar unas horas pero luego vuelve con fuerza.
Y el dolor sube, va subiendo…
Llega a un punto que no puedes atender a tus hijos, te molestan los ruidos, la luz…
Me tomo otros 800mg de ibuprofeno, voy al dormitorio, bajo la persiana, cierro la puerta y me tiro en la cama.
En este momento el dolor era tan fuerte que sabía que era una de la gordas. Me decía a mi misma que esta vez no pensaba pasarlo tan mal como en la anterior, y que esta vez sí me esnifaría aquella medicina que me recetó el neurólogo para estos casos en los que no puedo más. Imigran. La última vez no me atreví a tomármela por que no sabía cómo me dejaría. Parece que es fuerte.
Entonces el dolor sube más, sigue subiendo, y, a pesar de que mi marido está en casa, llamo por el móvil porque el esfuerzo de gritar haría que me reventase la cabeza.
«Ven…» susurro con un hilito de voz cuando contesta al teléfono.
Él y sabe lo que hay. Le pido la medicina, la trae.
Le digo que antes de tomarla le doy teta a Axel (mi bebé de 7 meses).
«Es la primera vez que la tomas, no?» Me dice. Y se va a por el prospecto.
Vuelve con la medicina y con un vaso de agua. Me dice que me refresque con el agua, que intente aguantar, porque en el prospecto pone que no podría darle el pecho en toda la noche… y Axel todavía no está preparado para pasar toda la noche si teta.
«En eLactancia ponía q es compatible…» le susurro con los ojos entreabiertos y apretándome la cabeza para intentar aguantar el dolor.
«Haz una relajación» me dice. Se acerca, me hace un masaje en la cabeza y luego se va.
Y entonces mi mente se va a nuestros partos. Sobre todo al último.
En aquellos momentos en los que mi marido y yo no necesitábamos hablar casi para comunicarnos. Él sabía perfectamente lo que yo necesitaba, igual que yo ahora sabía lo que me quería decir.
«Si he podido parir a mis tres hijos sin epidural también puedo con esto.» Pienso. Ese es su mensaje.
«Pero este dolor no sirve para nada…» le contesto. Pero él no contesta, sigue apretándome la cabeza en un suave masaje que me alivia momentáneamente, y se va con los chicos.
Igual que mi amiga matrona Isabel me salió por peteneras en mi primer parto.
«No puedo más….» le dije a Isa pensando en que no iba a ser capaz de seguir sin anestesia…
«Vamos a probar con otra postura» contestó ella mirándome calma, con sus gafitas y su pelo recogido en un bonito mono revuelto.
Tantas veces pensamos que no podemos más, y nuestro cuerpo es muy capaz si nuestra cabeza está con él, confía en él, sabe tratarlo con mano izquierda… Respirando… respirando el dolor, como nos enseñó María Díez en las clases de danza oriental.
Tantas cosas aprendemos en la vida que nos pueden servir a pasar momentos difíciles, y tantas veces nos pasan desapercibidas. Pero cuando las capturas son tuyas para siempre.
Y al final pasé otro episodio fortísimo de migrañas. Otra vez más.
«Este dolor no me va a matar…» pensaba mientras controlaba mi respiración. Igual que cuando venían las olas de las contracciones en los partos. Sólo que esta era una gran ola de unas cuantas horas.
«Que sea una horita corta» te desean las mujeres cuando se acerca tu fecha probable de parto. Y si te tomas así las cosas, lo malo se hace menos malo.